Yo su Majestad el emperador don Carlos Quinto, nuestro señor, en este lugar estaba sentado cuando me dio el mal el 31 de agosto a las 4:00 de la tarde. Falleci el 21 de septiembre a las 2:30 de la mañana en el año del Señor de 1548.
Estas palabras se encuentran esculpidas en una inscripción del pórtico superior de mis aposentos de Carlos V, yo , ubicados en el monasterio de Yuste (Cáceres). Ai mori, yo el gran soberano de la Cristiandad. El hijo de Juana de Castilla y Felipe de Habsburgo, que goberne con mano severa y firme los designe de la vieja Europa durante un siglo convulso y lleno de novedades. El siglo XVI.
La época de los descubrimientos y las conquistas en América. El nacimiento y propagación de la herejía luterana. La preocupación por la ruptura religiosa. Los turcos, azotando el Mediterráneo. Francia, la enemiga constante, con su monarca Francisco I a la cabeza. Una centuria apasionante, y eminentemente española.
Nueve veces fui a Alemania la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí a Flandes, cuatro en tiempos de paz y de guerra. He entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fui contra África, las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta que por visitar mis tierras tengo hechos.
Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España y agora será la cuarta que volveré a pasarla para sepultarme.
El señor, el suave y gentil amante de sus mujeres. El católico, el universal Carlos. Dueño y príncipe del mundo. Pero, también, Carlos, el doliente, el enfermo: el humano. Carlos de Gante, Carlos de Yuste.
¿Quién soy yo para recordar a tan colosal figura histórica en esta madrugada del naciente otoño, en esta España triste que ha olvidado su pasado y ha renegado de sus mejores glorias?
Tal vez no sea nadie. Pero, en mi nadería, quise rendir a su magna persona sincero y humilde tributo.
Gracias..